Hace unos días llegaba del trabajo a casa y me sorprendieron con un regalo no pedido. En mi patio estaba una joven, vecina de mi comunidad con su perrito usando el frente de mi casa como baño para su mascota.
Cuando vi a la chica me dieron ganas de decirle algo, que no volviera a llevar el perro a hacer sus necesidades en mi patio, por ejemplo, pero no emití palabra. Solo abrí los ojos como luna llena, no en señal de enojo, sino de sorpresa. Noté que ella se avergonzó y siguió caminando con su perro, mientras hablaba por celular. De alguna manera seguía con ese deseo por dentro, porque algo me decía, “¿cómo es que no le dijiste nada?” Pero en mi interior algo más fuerte me decía, “cállate, no digas nada”. Seguí la última voz y me ocupé en casa y se me olvidó. Al otro día salí de casa y la caca de perro ya no estaba. Al parecer la vecina la recogió. A veces las experiencias más triviales nos enseñan cosas y ese día sentí clara esa voz que me mandaba a callarme. Esa misma voz que en otras ocasiones me ha empujado a hablar. Lo cierto es que muchas veces por impulso actuamos sin freno y luego nos arrepentimos. Yo no le iba a decir nada grosero a esta chica, obviamente le iba a hablar con respeto, y estaba en mi derecho de hacerlo. Pero creo que Dios me quería enseñar algo más. Y es que a veces queremos defendernos y poner a la gente en su lugar para que nos respeten. Sentimos que cuando la gente pasa ciertos límites nos está faltando el respeto. Y nuestro pensamiento en el fondo es: “¿cómo se atreve a hacerme esto a mí?” Tenemos un ego muy grande y pensamos que nadie nos puede tocar ni con el pétalo de una rosa. Pero cada persona es un mundo y estoy segura que esa niña no llevó el perro a mi patio para hacerme daño, ni para dejarme ese regalo a propósito. Y parece que mi cara de impacto fue suficiente para que entendiera el mensaje. Yo creo que Dios en ocasiones nos llama a no buscar defender nuestros casos, ni hacernos justicia, sino a dejar las cosas en sus manos. Porque él todo lo pone en su lugar. Y este ejemplo del perro es solo una experiencia boba, porque muchas veces se trata de asuntos serios en los que tenemos la tentación de defendernos, confrontar, exigir justicia o buscar venganza. Y Dios nos dice: “stop, muérdete la lengua. Yo me encargo de poner todo en su lugar. Yo recojo la caca”. Tenemos que analizar de dónde viene ese deseo a que nadie nos haga nada, esa tendencia a defendernos de todo. Hay que recordar siempre que nosotros le hemos hecho cositas a otros que no les han gustado y hemos seguido de lo más campantes. Así mismo cuando enfrentamos situaciones tenemos que tener la misma tolerancia que otros han tenido con nosotros. Y no te digo que nunca te defiendas. Hay momentos en los que lo que corresponde es abrir la boca, pero en incontables lo mejor es callarse, porque hay batallas que no tienen razón de ser. Hay cosas que así como llegaron terminan resolviéndose solas y no es necesario vivir con los guantes puestos porque eso lo que deja es mucha pérdida de tiempo y mal humor. Y nuestra paz interior es nuestro más grande tesoro, pero muchas veces la regalamos a la menor provocación. Abre los ojos para que notes todo lo que la vida te está enseñando a través de tus experiencias diarias. Porque nada se va al desperdicio, ni la caca de perro. No te involucres en peleas inútiles cuando tienes tan poco tiempo para cumplir con lo que se te asignó. Y cuando te involucras en luchas inútiles terminas perdiendo energía necesaria para lo importante. La próxima vez que estés tentado a sacar el arsenal para defender tus intereses, haz como diría una de mis autoras favoritas, Iyanla Vanzant, “seat down, shut up and listen”.
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April 2021
De estrenoCada domingo compartiré las lecciones que me deja el camino. Mi meta es que podamos inspirarnos juntos y crecer de nuestras experiencias diarias. Vamos a empezar esta semana con pasión, enfoque y fe. |