Johanes Roselló
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La cicatriz

10/26/2019

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Tendría como 5 años cuando me hice una herida en un tobillo con un columpio roto. Recuerdo la conmoción del momento y aún tengo la marca de los puntos con los que cerraron la herida.

Después de eso no recuerdo un momento en que tuviera miedo a algún columpio. Al contrario, cada vez que veo un columpio me monto y si hay muchos niños hago fila. Amo los columpios.

Aquella experiencia me dejó una cicatriz de cinco puntos en el tobillo, pero nada más.

Pensaba en eso en estos días porque hay situaciones fuertes en la vida que nos dejan cicatrices en el alma. Y por más que queramos borrar esas marcas, ni con el mejor cirujano de Beverly Hills se van.

Mi cicatriz del pie es solo un recuerdo de lo que me pasó en aquel columpio. No se borra, pero ya no duele, ya no sangra, y sobretodo no me impide volver a mis amados columpios.

Así mismo, las grandes heridas del alma, aunque están presentes, solo nos frenan cuando le damos la potestad de hacerlo. Porque la cicatriz en sí no es el freno, es la manera como percibimos esa cicatriz.

Podemos amargarnos por lo que pasó, podemos perder la sonrisa, podemos alejarnos de mundo, podemos vivir inmersos en culpas o acusaciones.

Pero por el contrario, podemos volvernos gente más fuerte y resiliente, más valiente, más amorosa y más feliz que antes de esa experiencia. Porque si lo permitimos esa experiencia que vino a transformarnos puede sacar lo mejor de nosotros. Pero también puede sacar lo peor.

Y hay momentos en que quisiéramos borrar esas cicatrices, quisiéramos pensar que lo que pasó no pasó. Quisiéramos volver al ayer. Pero no hay vuelta atrás.

Y nuestras cicatrices son importantes. Cada cicatriz en nuestro cuerpo es un recuerdo de lo que nos hirió, pero no nos mató. De lo que nos pudo frenar, pero no nos detuvo, porque así lo decidimos.

Y de la misma forma, cada cicatriz en el alma es un recuerdo de lo que vivimos y no acabó con nosotros. Para mí, mis cicatrices son mis heridas de las guerras que vencí, porque no me dejé vencer. Son las marcas de todo lo que he aprendido de las lecciones más duras. Son la marca invisible de los milagros de Dios.

Sé que tú, al igual que yo has vivido momentos que te han marcado el alma. Que alguna vez quisiste borrar esas cicatrices con algún cirujano, pero sabes que hay cosas en la vida para las que no hay láser.

Pero en el fondo, también sabes que esas cicatrices son el recuerdo de tus más importantes lecciones, por medio de las que te has transformado en un ser humano más completo y más sabio. Que ese camino amargo te ha vuelto una mejor creación de Dios. Como en una limpieza profunda que saca tu verdadero tú.

Entonces no hay razón para querer borrar las cicatrices porque tal vez son de tu más importante lección de vida. La más transformadora. La que no solo te transformó a ti, sino que tiene el potencial de transformar a muchos a tu alrededor para bien.

Y si lo que hoy tienes no es una cicatriz, sino una herida, date tiempo y ten fe de que sanará, cicatrizará y será una marca de lo que sucede cuando de la mano de Dios luchamos por sacar lo mejor de lo peor.

Te animo, cómo decía en el blog de la semana pasada, a buscar en tu interior cuál es la estrategia individual de Dios a esa situación que enfrentas. Pídele con toda sinceridad y soy testigo de que te dirigirá en ese proceso de recuperación.

No hay dolor en esta vida del que no nos podamos levantar y levantarnos mejor, lo he dicho antes, y lo repito. Pero es nuestra responsabilidad hacerlo. Y es nuestra decisión qué haremos y en quiénes nos convertiremos a raíz de las marcas del camino.

Mis cicatrices son inalterables, pero si las borro se borra a su vez el gran milagro que Dios ha hecho en mi, y los propósitos que tenga a través de mí. Porque tu cicatriz te habla de algún propósito que Dios tiene contigo.

Y cuando lo miras así, entonces ves tu experiencia con otros ojos. Dios no desaprovecha nada de lo que vivimos y sus propósitos, aunque pueden transformarnos a nosotros, terminan siendo colectivos cuando impactamos a otros a través de lo que aprendimos.

Te invito a ver esa cicatriz con nuevos ojos, tal vez así ya no te la quieras borrar más, porque la herida dolió, dolió demasiado. Pero lo que salió de ella es tan poderoso que te cambió la vida. Pero está en tus manos decidir si esa transformación será para bien o para mal.

Esa cicatriz es real, acéptala, mírala, reconócela, y reconoce el ser humano tan hermoso que eres a partir de ella. Fue duro, mi amiga, mi amigo, pero eso saco lo mejor de ti. Y no fue en vano. Date crédito por la persona que eres hoy.

¿Sabes qué es tu cicatriz? Es tu testimonio. No busques borrarla, exhíbela, porque de seguro lo que una vez fue una herida se volverá medicina para sanar a otros.

Un abrazo.​

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