Johanes Roselló
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Disparos celestiales

9/7/2016

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Un domingo, saliendo de la iglesia en Levittown (Puerto Rico), me encontré a Doña María Torres, que no tenía quién la llevara a la casa. Me ofrecí a llevarla y me invitó a entrar y hasta me regaló un limber, una especie de popsicle de frutas que se congela en un vasito, típico de mi isla del encanto.
Lo que fueron unos minutos de dejarla en su casa, pues vivía muy cerca de la iglesia, se volvieron inolvidables para doña Mary que cada vez que me veía en la iglesia me volvía a agradecer con la misma efusividad haberla llevado a la casa.
Con el tiempo la diagnosticaron con Alzheimer, pero algo particular pasaba con la viejita que tenía más de 80 años. Ese sentimiento de agradecimiento no se le borraba.
Un día me encontró después del servicio y me apretó fuerte la mano, me dio un abrazo de esos rompe huesos y me dijo con la energía que la caracterizaba: "¡estoy orando para que el Señor te dispare con algo bien bueno!". Yo abrí los ojos medio asustada y pregunté en mi interior, ¿eso será bueno o malo? jajaja...
Pero comprendí que un simple acto de servicio para esta viejita significó un mundo y quería que me llegaran lluvias de bendiciones por su sentido de agradecimiento.
Mis experiencias con doña Mary me enseñaron que el amor, la bondad, la generosidad quedan grabados en el corazón de la gente. El impacto de un acto generoso no se puede medir.
A veces vivimos tan centrados en nosotros mismos, en nuestras preocupaciones, problemas, logros, agendas que nos olvidamos que hay tanta gente a quienes podemos bendecir con un simple acto, tal vez con escucharlos, darles ánimo, un abrazo, o suplir una necesidad.
Ningún acto generoso cae en saco roto, siempre bendice, levanta, edifica.
A veces mi mamá se encontraba a doña María en la iglesia y siempre le pedía que me mandara saludos cuando me escribiera, pensando que mi mamá me enviaba cartas.
El domingo, 6 de marzo de 2011, cuando ya yo llevaba casi tres años viviendo en Georgia, Doña Mary se acercó a mi mamá, y como era su costumbre, volvió a preguntarle por mi. Le dijo, "esa nena es tan buena. Dígale que yo la llevo en mi corazón".
Esa semana doña María se fue al cielo. Y aunque yo, según ella, le hice un gran favor, ella me dejó un regalo mucho más grande, yo fui la más beneficiada. No la olvido.
Y tal y como ella oró, el Señor me ha disparado infinitas bendiciones. Diría una querida amiga, que ella se refería a Jehová de los ejércitos.

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