Hace unos días tuve una experiencia espantosa en mi vuelo de San Francisco a Charlotte.
Cuando el avión estaba por aterrizar y veíamos la tierra cerca, de repente el avión aceleró y se elevó con fuerza otra vez. Yo miré a los desconocidos que estaban sentados a mi mano izquierda y derecha, todos preguntándonos que pasó. El piloto anunció que aunque entendían que estaban listos para aterrizar, la torre de control les indicó que había un problema y que no podíamos hacerlo. Al parecer el piloto había activado que las ruedas del avión salieran, pero la torre de control no estaba segura que la maniobra funcionó. Entonces, en eso, el piloto estuvo volando en círculos y sin decirnos nada durante más de 20 minutos. Al principio el compañero a mi mano izquierda me decía que todo estaría bien. Después lo vi empezar a mover la pierna con nerviosismo. También empecé a ver las caras serias y tensas de las azafatas que durante cinco horas habían actuado relajadas y simpáticas. En aquel silencio las caras de mis compañeros de viaje eran mi único referente. Tan pronto pasó por nuestro lado una azafata, la paré y le pregunté qué pasaba. "Un problema mecánico", fue lo que me dijo que tenía nuestro avión, lo que no ayudó a calmarme. Mientras tanto yo oraba intensamente. Le pedía a Dios: "por favor, déjanos aterrizar. Lo único que te pido es que nos dejes aterrizar". Esa letanía no era en mi mente, era audible para mis compañeros de la fila. Estaba a punto de arrodillarme. No se imaginan que susto. Y pensaba qué pasaría si ese avión se cayera. Pensaba en mi familia. En lo horrible de estar allá arriba sin poder comunicarme con nadie. Era una sensación de secuestro. La sensación horrible de estar suspendido en el aire, en un viaje que no sabes cuándo ni cómo va a acabar. Un reto total a nuestro control, nuestro itinerario de esa noche era solo un sueño. Al aterrizar en Charlotte todos aplaudimos, hasta sentí como si hubiéramos llegado a la isla del encanto, donde siempre aplauden en los aterrizajes. Las ambulancias estaban listas en la pista para auxiliarnos. Yo le pregunté a mi compañero de la ventana: '¿eso era para nosotros?' Es un alivio estar en tierra, pero pienso cómo muchas veces en la vida nos quedamos suspendidos en el aire por voluntad propia. En una pena eterna por una pérdida de una relación por ejemplo, en una amargura eterna por una herida que nos infligieron hace tiempo, queriendo saldar cuentas que no se pueden saldar, en una negación constante de una realidad que no puede ser ni será diferente de la que es. Cuando vivimos así es como si estuviéramos metidos en ese avión que no puede aterrizar. Soñando quimeras o venganzas. O en una pena eterna que nos nos deja enfrentar la vida con esperanza y ver todo lo bello que nos ofrece el hoy. Te invito a aterrizar y me hago la invitación junto a ustedes. Porque todos tenemos asuntos en la vida que ya es hora de aterrizarlos. De mirar la verdad a la cara, en aceptación y con humildad. Y entender que las cosas son como son por algo que tal vez hoy no entendemos, que tal vez mañana sabremos o que quizás nunca sabremos. Pero la paz interior es esencial para vivir de verdad, sea que hayan explicaciones o falten. Hoy te invito a aterrizar ese avión que ha estado dando vueltas en el aire por minutos, horas, días, tal vez años. No dejes que otro siga piloteando esa nave cuando el piloto siempre has sido tú. Es hora de aterrizar. Todo lo bonito que hay en este mundo está esperando por ti.
0 Comments
Your comment will be posted after it is approved.
Leave a Reply. |
Archivo
April 2021
De estrenoCada domingo compartiré las lecciones que me deja el camino. Mi meta es que podamos inspirarnos juntos y crecer de nuestras experiencias diarias. Vamos a empezar esta semana con pasión, enfoque y fe. |