Hace unas semanas llegué al trabajo y me senté a escribir. Un rato después me paré para prepararme un té y me percaté de que sobre la silla había rastros de algo polvoriento color tierra.
En ese momento me molesté, estaba segura de que alguien se había maquillado y se le habían caído pedazos de una sombra o un blush sobre mi silla y ahí se habían quedado. Esa persona ni siquiera se había molestado en limpiar la silla para el próximo que se sentara ahí, o sea yo, ¿cómo era posible? Mi teoría del maquillaje se hizo pedazos horas más tarde cuando miré bien mis zapatos y recordé que unos días antes los había usado para ir a un campo de girasoles un día después de un aguacero. Los zapatos todavía tenían bastante tierra, y como yo trabajo en una posición como si estuviera en una sesión de yoga, parte de la tierra roja cayó como un polvorín sobre las esquinas de la silla. Me reí tanto después de darme cuenta que la culpable que yo tanto buscaba y que me hizo enojar era yo. Cuántas veces miramos hacia fuera cuando nos pasan cosas que no nos gustan, pero casi siempre la responsabilidad no está muy lejos de casa. Y esa experiencia es común porque crecemos mirando hacia fuera, que fulano me dijo esto, me hizo esto, que no se esfuerza, que no cumple mis expectativas. Pero poco se nos enseña a ser responsables de nuestras vidas, de nuestras reacciones, de nuestra felicidad. No hay sacudida mayor a estas creencias que cuando alguien con voz de autoridad, no porque grite, sino porque lo vivió, nos dice que ante cualquier circunstancia nosotros decidimos qué actitud tomar, como lo hizo Viktor Frankl, a quien he mencionado anteriormente, en su libro “El hombre en busca de sentido “, que habla de la forma en que enfrentó la realidad de un campo de concentración nazi dónde le mataron a varios miembros de su familia. La responsabilidad es una palabra que no causa mucho entusiasmo, pero que cuando se asume como camino es tan liberadora, porque vivir señalando a los demás no nos lleva a ningún lado. Nuestra lucha nunca es con otros, siempre es con nosotros mismos. Es tiempo ya de quitarte los guantes y dejar de culpar, dejar de victimizarte. No somos víctimas, así hayamos pasado por maltratos, enfermedades, tragedias. Estamos vivos y si aprovechamos lo que nos pasó estaremos más vivos que nunca. Porque lo que te pasó no fue para destruirte fue para construirte, si tú decides que así sea. Hay tierrita por ahí que hay que limpiarle a los zapatos. Esa sangre que corre por tus venas, ese latido en tu corazón, esa vida es tuya y de nadie más. No vivas tu vida mirando hacia afuera esperando que alguien llegue y haga algo por ti o buscando responsables de tus inconvenientes, tus dolores o tus malas decisiones. Toma la responsabilidad de tu vida de hoy en adelante y haz de ella lo que debe ser, esa obra de arte que Dios planificó antes de traerte a este mundo. Y deja de mirar quién dejó la silla sucia, aunque fuera cierto que fue otro quien la ensució. No te olvides que la silla sigue siendo tuya.
2 Comments
Love it. Una sacudida para cada lector. Gracias por compartirlo.
8/11/2019 05:23:36 pm
Excelente
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Leila
8/11/2019 07:05:11 pm
Excelente perspectiva. Gracias por compartir.
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April 2021
De estrenoCada domingo compartiré las lecciones que me deja el camino. Mi meta es que podamos inspirarnos juntos y crecer de nuestras experiencias diarias. Vamos a empezar esta semana con pasión, enfoque y fe. |