Mi abuelo Pablo era un hombre de oración, un hombre de familia de voz ronca y corazón de ángel.
Fue comerciante por mucho tiempo y en su quiosquito vendía jueguetes. Muchas tardes me traía juguetes y también les regalaba a otros niños que se acercaban a su pequeño puesto. No sé si fue antes o después de retirarse que a mi abuelo se le empezaron a olvidar las cosas. Preguntaba lo mismo, una y otra vez. Pedía que lo llevaran a su casa, aunque allí estaba y se asustaba cada vez que caía la tarde. Al principio se daba cuenta de que algo le pasaba y tal vez esa era la parte más difícil, verlo sufrir porque no entendía lo que le estaba pasando. El alzheimer avanzó durante muchos años en los que tuvimos experiencias duras y otras también muy graciosas. Recuerdo que cada vez que lo visitaba quería que me quedara porque tenía miedo de que algo me pasara. Y luego, cuando llegaba a mi casa, a cinco minutos de distancia de la suya, lo llamaba y me echaba la bendición y se despedía diciéndome que me quería mucho y que yo era su sobrina. En los últimos años no distinguía quién era mi abuela, pero sabía que era una mujer muy importante en su vida, la más importante y a la que llamaba constantemente. Eso me enseñó que aunque sus memorias se fueron borrando con los años, su amor siguió intacto. Ese amor por lo suyos a quienes ya no reconocía superó los estragos del alzheimer. Por eso sé que el amor puede más que la pérdida de todas tus memorias, y por supuesto, el amor puede más que el alzheimer.
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April 2021
De estrenoCada domingo compartiré las lecciones que me deja el camino. Mi meta es que podamos inspirarnos juntos y crecer de nuestras experiencias diarias. Vamos a empezar esta semana con pasión, enfoque y fe. |